“Carro ruso abandonado, debajo de una higuera, y un arado de una reja, de esos que llaman mansera. Son testigos silenciosos, de este tiempo que no espera, paisaje que allá en mi pago, representa una tapera”.
A partir de la segunda mitad del siglo pasado, en plena etapa de organización del país, los dirigentes nacionales decidieron que debíamos insertarnos en el mercado europeo, cuyas necesidades eran esencialmente que se los proveyera de materias primas. Para ello, era imprescindible cambiar la estructura económica de Argentina y no hubo nada mejor que poblar el campo para desarrollar la industria agrícola ganadera.
Isletas, también fue uno de esos lugares que nació gracias a la inmigración, principalmente interna, pero al pasar los años se dio vuelta la situación.
Al sudeste del departamento Diamante y a 80 kilómetros de la capital provincial se encuentra este extenso territorio netamente rural, habitado por descendientes de italianos y alemanes del Volga.
La localidad, es uno de los cinco distritos en que se dividió el departamento. Fue así que el 27 de julio de 1849 se efectuaron los nombramientos de las autoridades, siendo designado para Isletas el alcalde Mariano Chaparro. Luego el 19 de febrero de 1872 se decretó el nombramiento de Ramón Aguilar y José Giménez, quienes ocuparon su cargo hasta 1875. Después pasaron distintos nombres por dichos puestos, pero a partir de 1881 desapareció esa autoridad y desde aquel entonces la gente debe dirigirse a las ciudades de Ramírez, Crespo o Diamante para hacer cualquier trámite.
Ahora el ente gubernamental es una Junta de Gobierno que es electa por voto directo desde el 2003, ya que anteriormente sus integrantes eran designados por decreto del gobierno provincial de turno.
Volví durante varios fines de semana a ese lugar en el que todos se conocen y donde la siesta aún no corre peligro de extinción. Avancé desde Paraná por la Ruta N° 12, hasta Ramírez y desde allí transité por un camino de ripio que pasa por la localidad y confluye en el kilómetro 54 de la Ruta N° 11.
Eran las 10.30 de la mañana, la ciudad quedó atrás y ahora todo era campo. A mi alrededor observé lotes sembrados con soja, otros con animales, casas de familia (a unos cinco kilómetros una de la otra), algún arroyo, de vez en cuando un vehículo, más lejos un hombre a caballo y taperas.
¿Por qué Isletas?
Según el diccionario de argentinismos, isleta es un diminutivo de isla, en su acepción de monte aislado. Para evitar confusiones, algunos autores aclaran: isleta del monte.
Si bien la historia isletense es más rica de lo que se cree, ya que hasta el General Justo José de Urquiza pisó su suelo, ningún habitante, ni siquiera las autoridades, saben decir con exactitud porqué su localidad se llama así y tampoco, al menos hasta el momento, existe demasiado interés por saberlo, porque como dijo Juana una mujer de 73 años:
—Nunca alguien me preguntó y tampoco se me dio por averiguar. Pienso que es por la gran cantidad de arroyos que hay.
Sin embargo, sobre el origen del nombre impuesto al distrito, hay dos versiones oficiales. Una sostiene que se debe a un curso de agua ubicado hacia el este del departamento, conocido como Arroyo De Las Isletas.
Mientras que en el libro Diamante, de Leopoldo Yasú, se afirma que las palabras del entonces diputado provincial Bernardino Ramírez, expresaban textualmente: “Isletas es por origen de unos pequeños montecitos de los que aún hay vestigios en frente a la población de don Francisco Hernández y otro que existe en el campo de los herederos del finado Don Vicente Chaparro”.
No se sabe cuál es la versión acertada, pero hoy aún está el Arroyo de Las Isletas, pero de los montecitos ya no hay rastros, seguramente, como a tantos otros se los llevó el cultivo, en especial el de la soja.
Lo que cambió, lo que todavía resiste
Hoy; el carro, sulqui o caballo son reemplazados por autos o camionetas (algunas 4 x 4). La electrificación llegó a casi todos los hogares y la mayoría de los habitantes poseen teléfonos celulares con acceso a las redes sociales. También en sus casas muchos tienen DIRECTV e internet.
Sin embargo, hay costumbres imborrables como tomar mate en familia, las carneadas, esporádicas yerras, juntarse en algún bar o la profesión de ‘Berto’ Viola, quien con sus casi 70 años todavía se dedica a arreglar los molinos de viento. Estas máquinas hace unos 50 años eran imprescindibles para abastecer de agua al ganado, algunos cultivos y al mismo ser humano. Ahora si bien ya no son tan necesarios, debido a la energía eléctrica, es común observar en cada casa o tapera uno de estos gigantes de hierro, que a pesar del tiempo y en algunos casos del descuido, no se cansan de girar.
Mientras que la vida diaria se desarrolla de acuerdo a la organización de cada actividad y en relación con los ciclos estacionales del año. El trabajo se vincula con la naturaleza, es decir, con los procesos productivos del campo, de cuyas actividades participa toda la familia.
—En verano antes de la salida del sol ya entramos al tambo —dijo una mujer sonriendo.
Esto es básicamente para aprovechar las bajas temperaturas, según me contaron los pequeños productores, peones de campo y algunos ladrilleros. Estos últimos ocupan un lugar importante en cuanto al mercado de trabajo. Es una de las actividades más forzadas y para poder ubicar su producto artesanal en el mercado deben mantener buenos contactos y cooperar entre ellos.
Sin dudas, que vivir en el campo es sinónimo de tranquilidad, pero también representa un gran esfuerzo.
Justamente una de las causas de emigración a las ciudades se debió al deseo de mayores comodidades, más oportunidades. Además los jóvenes se fueron en busca de trabajo y estudio.
Los que se fueron
“Junto a una pila de adobe, se apoya una chapa vieja, como un bendito en la siesta, da calor a una culebra. Entre espartillos los cuises, como dueños de casa juegan, no hay cuzco que los moleste, pues el rancho ya es tapera”.
—Me vine a Buenos Aires en 1988 —dijo Alberto de 44 años.
—Hice la primaria en la Escuela N° 143, 25 de mayo y al secundario lo realicé en Ramírez. Me vine en busca de un progreso porque trabajaba en una obra de ladrillos con mi padre y no quería eso para mi futuro. Gracias a Dios pude cumplir mi sueño, ya que conformé mi familia con una porteña a la que le encanta ir a mis pagos. Además, hoy tengo tres hijos y un nieto. Extraño principalmente la tranquilidad, la seguridad y la buena infancia que tuve allí. Por eso mi proyecto a futuro es volver ya que tengo la casa de mis viejos, donde pasaré mis últimos años de vida —indicó Gaitán.
Alberto, es sólo una más de las personas que debió dejar atrás a su familia, amigos, vecinos, algunas costumbres y tantas otras cosas.
Los números hablan por sí solos. Según el Censo Nacional de Población, Hogares y Vivienda de 1970, en el departamento Diamante hubo 18.137 personas viviendo en la zona rural, contra 17.125 en las ciudades. Sin embargo, a tan solo diez años después esta cifra se revirtió, ya que en 1980 las ciudades del departamento pasaron a tener 21.306 habitantes y la zona rural bajó a 15.646. A partir de ese momento, según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) la población rural fue decreciendo aún más, tal es así que en el censo de 2001 las ciudades llegaron a los 35.558 habitantes y el campo decreció bruscamente a 7.620 personas. En esa oportunidad se brindaron por primera vez los datos de las Juntas de Gobierno y se registró que Isletas en aquel momento contaba con tan sólo 611 habitantes.
Como diría el policía y escritor, Raúl Rodríguez: “Se están muriendo mis pagos, de tristeza y soledad. Se ha sumado otra tapera, de don David que se va. Una vida trabajando, de sol a sol sin frenar. Sólo se lleva las pilchas, vendió todo pa’ emigrar”.
—Extraño absolutamente todo, pero principalmente a mi gente —expresó Amalia muy emocionada.
Se fue en 1974, con tan sólo 20 años y un bolso con ropa. Hoy vive en Garín, Buenos Aires.
—Cuando hay un baile de música alemana en la zona trato de no faltar y en casa el equipo de mate es mi fiel compañía. Volver me encantaría.
Otro caso es el de Ayelén, que emigró a la capital en 1981.
—Me vine porque quería estudiar. Estoy muy bien y tengo una hermosa familia, pero nunca pude acostumbrarme a la ciudad.
—¿Por qué no pudo adaptarse? —le pregunté.
—¡Uff! Principalmente los días de lluvia recuerdo las tortas fritas que hacía mi tía Ana y hasta me dan ganas de andar en el barro.
Alberto, Amalia, Ayelén y otros tantos desean volver, pero sólo el tiempo dirá si lo podrán concretar, por el momento sólo mantienen contacto con sus raíces a la distancia.
Si bien la localidad ni si quiera figura en muchos mapas. Tampoco contaba con medios de comunicación como radio y diarios. Sin embargo, hace varios años apareció en la red social Facebook un grupo que se denomina Yo también soy de Isletas E.R. Este sitio ha mejorado la comunicación para quienes se fueron, ya que allí comparten fotos, anécdotas, poesías e interactúan entre ellos. Tal es así que a diario se suman más personas, quienes manifiestan su emoción al ver las imágenes de sus casas o los sitios en donde algún momento dejaron su huella. Más recientemente, en 2012, surgió el sitio Isletas Noticias, que se encuentra en plena etapa de crecimiento y logró traspasar los límites de la localidad.
Hay paredes de adobe asentado en barro, las puertas de madera gruesa y de un tamaño importante, igual son las ventanas, que ya se quedaron sin vidrios. En la cocina veo un par de bolsas de avena y en el baño con algunos azulejos blancos hay un ternero que entró por descuido. Llegó la noche y ya no se escucha el griterío de los cinco, siete o diez hijos de la familia. Eso sí, la luna llena asoma detrás del árbol de mandarinas cuyas hojas se mueven levemente por el viento que sopla del este y los pájaros, grillos y ranas me acompañan con su melodía. Sí, las casas deshabitadas ya son parte del paisaje. Sin embargo, hay una luz de esperanza.
Los que apuestan al campo

Con su pausado caminar y su blanca cabellera, me recibió en su vivienda Gerardo. Él recuerda que en las décadas de los 60 y 70 fue la época en que más gente abandonó la localidad.
—Los jóvenes se independizaban y pensaban que en el pueblo podían ganar un mango más que en el campo, porque en ese momento nuestros viejos tenían otra mentalidad y no le daban participación en la economía familiar a los hijos. Además, abrieron muchas industrias en las ciudades vecinas —dijo, mientras me convidaba con un amargo.
—Ahora ya casi no se van. Muchos jóvenes se están quedando porque tienen su trabajo y hay mayor comodidad, pero hace falta más gente —terminó diciendo con el mayor de los convencimientos.
—Una vez que terminé de ir a la escuela, decidí quedarme, porque me gusta el campo y mis familiares siempre vivieron aquí —dijo Rodrigo.
El joven de 24 años cree que el futuro será bueno, y tiene una esperanza con el nuevo gobierno.
Una de los hechos fundamentales para evitar la emigración fue la creación de la Escuela Agrotécnica N° 153, Horacio Mann.
—A excepción de la matrícula, la institución no para de crecer —afirmó el ex rector Ángel Jofré.
La entidad ocupa un rol trascendental, porque los chicos pueden hacer el secundario sin la necesidad de emigrar a las ciudades. Luego algunos siguen estudiando, pero la mayoría apuesta al campo.

Por su puesto que entre los habitantes del lugar existen diferencias en su forma de pensar, pero coinciden en algo: hoy para vivir bien en el campo y vivir del mismo, hay que tener por lo menos más de 100 hectáreas.
“Yo no comprendo mi pago, como te puede olvidar. Al tomar sus decisiones, que manera de gobernar. Tus caminos polvorientos, con promesas de enrripiar. Se vuelven barrosas sendas, cuando llueve por demás”.
Hace algunos años se puso en funcionamiento otro importante silo, en la única planta de acopio de cereales que se encuentra en la localidad. La misma fue creada en noviembre de 1996 y hoy cuenta con cuatro empleados permanentes. Próximamente pertenecerá a La Agrícola Regional de Crespo, una de las entidades cooperativas con mayor crecimiento en la región.
También en abril de 2014, comenzó a dar sus primeros pasos Tierra Adentro Turismo Rural, el primer emprendimiento de turismo alternativo de la localidad. Funciona en la tradicional ex Pista Chémez, donde hace 30 años se hacían multitudinarios bailes.

En tanto, desde la Junta de Gobierno, recientemente se elaboró un ambicioso anteproyecto para asfaltar 57 kilómetros de caminos, que de concretarse en algún momento, significará un antes y un después en la historia y calidad de vida isletense.
Todo indica que Isletas ya no volverá a ser lo que fue en sus primeros años, pero no hay dudas que lentamente se está reactivando. Será responsabilidad de las autoridades y vecinos contribuir al progreso.
(*) Estudiante de Comunicación Social y director de IN
La nota fue escrita para un trabajo de la Facultad de Ciencias de la Educación de Paraná hace algunos años, por lo que fue adaptada para este Sitio, con algunos cambios. Agradecemos los aportes, en especial de Raúl Rodríguez y Mabel Chémez.
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